lunes, diciembre 23, 2013

Cenicienta Cendrillon

  



Noche de cuento de hadas en el Liceo este viernes con la Cenicienta de Massenet.

Cendrillon dista de ser una gran ópera. Es más un divertimento, una amable y agradable opereta, tanto en un argumento que no se sale ni un milímetro del conocido cuento (como podría ser la Cenerentola de Rossini) como en una música que, aún con buenos momentos, no está en general muy inspirada.

Juega a su favor que el primer acto es muy sorprendente, con música de pompa y boato, muy brillante, que envuelve enseguida. Si a ello le unimos una producción sensacional y un reparto "de los de Metropolitan", el camino al éxito de la velada está conseguido, ya cuando se apagan las luces por un par de minutos la Cendrillon del Liceu nos tenía conquistados a todos.

Musicalmente hablando, los tres siguientes actos son más rutinarios. Las arias están bien, pero tampoco son un prodigio, en la parte puramente orquestal hay una presentación de princesas al baile que se hace eterna, y sólo en los dúos príncipe-cenicienta la música toma altura de nuevo. Pero ya lo digo, el nivelón artístico fue tal que ya nos tenía al público ganado, y el final fue la explosión de aplausos que merecía.


Joyce DiDonato. Estupenda. Es el papel que le va como anillo al dedo, no tiene graves incómodos, puede lucirse en los agudos y le permite desplegar una elegancia de canto de primerísimo nivel. Aparte, ¿le ha crecido la voz o es que estaba tan cómoda con el rol que lo dio todo sin dificultad alguna? Deliciosa, no se le puede poner una pega. Me gusta aquí mucho más que en barrocos y rossinis.


Alice Coote, el príncipe, a la que sólo había visto en cine en el último Giulio Cesare del Met. Voz plena, intensa, que sube al agudo como si nada, con volumen. No llega a tener la personalidad vocal de DiDonato pero es muy notable. También el papel del príncipe no es tan lucido.

Y las dos mezzos, compenetradas a la perfección, ofrecieron unos dúos de amor espectaculares. 



Annick Massis. Sorpresa sorpresa. ¿Es la misma que no me pareció ni chicha ni limoná en una Sonnambula de Bellini hace más de una década en el Real? ¡Pero qué señora! ¡Cómo le ha crecido la voz! ¡Qué gustazo de agudos, sobreagudos y filigranas vocales! Y qué estilazo cantando, moviéndose y actuando como una Mae West.... bueno, mejor Jean Harlow. Se lo pasó en grande y nos lo hizo pasar en grande a los demás. Sensacional.


Seguimos con las señoras. Doña Ewa Podles.
Una de las contraltos favoritas de este teatro, y de donde vaya, porque es soltar uno de sus graves y ya te deja encandilado. Está pasadita de años y ya no tiene ese volumen de antaño, pero es imposible no rendirse a sus pies. Los graves de la casa siguen siendo rotundísimos: baja a la caverna más profunda del centro de la tierra. Pero es que los agudos también están allí. Y si la Massis estaba encantada con el papel, la Podles ni te cuento. Graciosísima de madrastra, qué manera de moverse y de expresarse. Genial. Se metió a todo el mundo en el bolsillo.


Toca un hombre (el único del reparto principal), Laurent Naouri, el papel de padre de Cenicienta. Suficiente en sus intervenciones solistas y elegantísimo y sentido en el dúo con DiDonato. Muy bien como contrapunto a tanta voz femenina.


Las hermanastras, Marisa Martins y Cristina Obregón, cumplieron con creces con sus papeles, pequeños pero lucidísimos. Porque para hacer estos roles no sólo hay que estar graciosas, que lo estaban, sino también a buen nivel vocal, y audibles.

Una batería de comprimarios quedaron también encantados por la varita mágica del hada madrina y, de verdad, no se les puede poner pega alguna. Igual que el coro, integradísimo y entregadísimo.

Vamos, que vocalmente,  reparto de campanillas.

¿Y la orquesta?
Pues de lujo, oye. Andrew Davis, artífice de la maravillosa Rusalka del año pasado, levanta el nivel de una partitura a menudo monótona, llevando la orquesta a un sonido rotundo, con brillo, cuidando al cantante. Bravo.

 
Pero todo esto no hubiera sido suficiente sin la participación del director de escena. Laurent Pelly ilustra el cuento de una manera deliciosa, plagando la ópera de detalles que te impiden que se te vaya la atención. Se pueden comentar mil cosas... no sé, hay que verlo. Yo destacaría la primera aparición del hada con los clones de Cenicienta y el ballet del segundo acto.

Ese ballet es una escena larguísima y bastante rollete. Pero ahí teníamos a un reducido cuerpo de baile (excelente) perfectamente integrado con el coro, convirtiendo lo que podría ser un aburrimiento en una de los más animados fragmentos de la obra.

Con ayuda, claro está, de un vestuario excéntrico a más no poder y de una escenografía que consigue la espectacularidad con elementos bastante sencillos. Todo un acierto.


Existe DVD de la producción, y se pueden encontrar fragmentos por Youtube. Recomendabilísima.

Vamos, que para ser la única ópera de esta temporada del Liceu a la que voy a ir me ha merecido mucho la pena, he tenido el placer de saludar a amigos y conocidos (iba yo como loco por los varios pisos del Liceo) y es un auténtico regalo de Navidad. Salí encantado, una noche de cuento de hadas.

Hay funciones hasta reyes y un segundo reparto. De verdad merece la pena.



Jules Massenet.
Cendrillon
Gran Teatro del Liceo.
Barcelona, viernes 20 de diciembre de 2013.

DiDonato, Massis, Coote, Podles, Naouri, Obregón, Martins.
Andrew Davis, Laurent Pelly

Enlaces:
Página web del Liceu
Youtube
Mp3
Vídeo completo en La Monnaie
DVD Covent Garden


martes, diciembre 17, 2013

Vámonos a Gandía Shore (L'elisir d'amore)



Absolutamente irreverente y gamberra producción de L'elisir d'amore en el Real de Madrid. Queda muy feo empezar una crónica por la puesta en escena pero en esta ocasión es fundamental, porque la puesta de Damiano Michieletto... se las trae.

El pueblecito italiano donde Nemorino suspira por los amores de Adina se ha trasladado a un chiringuito de playa, con sus chonis, sus macarras y toda la parafernalia veraniega que te puedas echar a la cara: tobogán de agua/castillo hinchable, tumbonas, volei, colchonetas, fiestas de espuma, flotadores, cremas... todo lo que se te ocurra y más.

El resultado es un bochinche tremendo con el escenario constantemente lleno de gente, lo que puede llegar a agobiar. Pero bueno, yo conseguí llevarlo bastante bien y me divertí bastante, porque lo que ha logrado el director de escena es conseguir llevar la ópera a un sitio tan diferente pero sin quitarle la esencia a los personajes.


Nemorino es el simplón que recoge la basura de la playa. Belcore sigue siendo un fanfarrón, ahora disfrazado de marinerito en vez de de soldado. Adina es la marisabidilla del local, Giannetta la camarera del chiringo y Dulcamara es el embaucador de siempre, convertido también en el camello (perdón, dealer) oficial.

Sinceramente, es digna de ver. Sirve perfectamente al argumento, entretiene y divierte. Totalmente recomendable.

Existe un vídeo completo en Youtube de esta producción en Palermo el año pasado, pero sólo he encontrado algunos extractos. Quien quiera un vídeo de mayor calidad lo puede encontrar en Rutracker.


Actualizo: Gracias  a Fernando y a su blog "Ya nos queda un día menos", he aquí el vídeo:



Quien me conozca ya lo sabe: a mí el Donizetti cómico no me suele gustar, y L'elisir no entra para nada entre mis óperas favoritas, pero en la función de anteayer reconozco que me lo pasé como un enano y además disfruté mucho de la parte musical.

Señores, que la parte musical es lo importante.

Con este Elisir me ha pasado lo contrario que con el Barbero de hace un par de meses, partiendo de la misma base: todos los elementos musicales estuvieron dentro de una corrección que se puede calificar de más que decente pero que no llega a un nivel de decir "qué buenos", y sin embargo el conjunto funcionó muy bien. La suma de todos llegó a levantar mi apreciación final de la representación. Ya te digo, lo contrario que con el barbero, en el que todos estuvieron correctitos pero el conjunto era tiraba a mediocrín.


Porque vayamos por partes:

La orquesta se limitó a acompañar a los cantantes. Y punto, nada destacable ni para bien ni para mal. Y las intervenciones del coro también dentro de esa misma discreción.

Giannetta fue Ruth Rosique, suficiente para el papel y graciosa actuando. Tampoco es que sea una parte de mucho lucimiento.


Para Dulcamara teníamos a Erwin Schrott (que sí, que es uruguayo pese al nombre, el ex de la Netrebka, para los fans del Hola). Bueno, aquí hizo lo que muchos bajos cuando se acercan a este papel: pasarse de buffo. Que sí, que estuvo muy simpático y pegó unos bocinazos de volumen atronador, ok, pero lo que es la parte musical se la dejó un poquito olvidada en casa.


Y de Belcore estaba Fabio Maria Capitanucci, a quien ya lo vimos en aquellos soporíferos puritanos o en Las Bodas de hace 4 años. Parece ser que estaba convaleciente de un proceso gripal y no dio todo lo de sí que podría haber dado, porque me pareció que andaba un poquito escaso de volumen,c uando en las otras ocasiones no tenía problema con este tema. El Capitanucci lo hizo muy bien y consiguió mezclar la parte belcantista de su canto con la mamarrachez y comicidad de su personaje (porque hizo el ganso a base de bien).

Pareja protagonista.

La pobrecita Nino Machaidze tiene un gran defecto: es guapa. Y Sony ya le ha publicado un par de cd's, con lo cual ya sabemos cómo se ponen los operafanáticos: hay que despotricar de ella por ser sólo imagen y producto de consumo impuesto por las multinacionales. Así que ya me he aburrido de escuchar a supuestos entendidos que ha sido un bluff y una mediocridad.


Y no: Nino Machaidze ha estado muy bien como Adina. El timbre no es particularmente bello y un poco sosita sí que es (no estuvo todo lo intrigante que una Adina debe ser), pero vocalmente cumple con el papel, llega sin dificultad a un agudo limpio, puede con la coloratura y, especialmente en el segundo acto, matizó e hizo cosas muy muy bonitas. Vamos, que lo único que le reprocho es que quitara de la circulación al brutángano de Guido Loconsolo, su marido.

Y como Nemorino estaba Celso Albelo.


Ayyyyy, sensaciones enfrentadas. Por una parte fue quien ofreció lección de fraseo y belcanto (en algunos casos pasándose, como en la Furtiva lagrima, que hizo rebuscadísima a base de meterle matices y matices), pero por otra tenía mala noche o la voz no le corría. Se quedó en muy buenas intenciones pero resultado que no acaba de cuajar.

En fin, como ya digo, si uno lee todo lo anterior dirá: pues vaya ful. Pero no, insisto: todo junto, cocteleado, dio una función la mar de aceptable.

Algún día tendré que hablar de "la señora de al lado", qué mujer más maleducada (aparte de halitósica).

En fin, que yo me lo pasé muy bien.


Gaetano Donizetti
L'elisir d'amore
Albelo, Machaidze, Capitanucci, Schrott, Rosique.
Piollet, Michieletto
Teatro Real de Madrid, domingo 15 de diciembre de 2013


martes, septiembre 24, 2013

El barbero perezoso


 
De verdad, da rabia retomar el blog y la temporada de ópera en septiembre y tener que escribir comentarios nada positivos respecto al Barbero de Sevilla que se está representando en el Real.

Rabia porque después de un verano con actividad operística nula para mí vuelvo al teatro con ganas, porque Il Barbiere es una ópera de las de toda la vida, porque llevaba a mi chico a verla y porque recordaba esta producción de 2005 como muy entretenida.

Pero ay, los dioses se habrán confabulado, porque de entretenida poco, muy poco.


¿Y por qué?
A ver, el reparto no era de campanillas, pero mira, estuvo más que correcto. E interpretativamente los cantantes hicieron todo lo que se les pedía. Entonces, ¿qué falló?

Pues, sinceramente, chispa, química, conjunción entre todos los elementos. Nadie parecía divertirse.

Una penita, porque el DVD de la misma producción que he comentado del año 2005 con un reparto en el que sólo Flórez estaba en pleno apogeo (los demás estaban o en declive o eran francamente inapropiados para el papel) funcionaba perfectamente. Porque todos los intérprestes se lo estaban pasando en grande y se notaba. Algo que falta en esta revisión de la producción.

Vayamos por las cosas positivas: el reparto.


Me ha gustado mucho mucho Serena Malfi como Rosina. Tiene un timbre que recuerda mucho al de Bartoli pero a) con volumen y b) sin la ametralladora de semifusas. Canta con muy buen gusto y francamente solventó el papel estupendamente. Muy bien.

Dmitry Korchak es de esos tenores que cuando empiezan dices "aaaaay", porque tiene una voz pequeña y, además, comenzó desafinando el Ecco ridente. Poco a poco se entonó y bueno, parece que se estuvo reservando para el segundo acto, donde se marcó un Cessa estupendo, coronando el número con un agudo sostenido bastante espectacular que hizo las delicias del público. Bien.


Bruno de Simone cumplió como el Doctor Bartolo. Expresivo y correcto de voz, sin alardes.

Mario Cassi fue un correctito Figaro. Cuando empezó la función avisaron de que sufría una afección gripal. La voz es bonita pero parece que sólo existe del registro medio al agudo, puede que por culpa de esa mediogripe que nos dijeron. Y en el terreno interpretativo estuvo contenido, que los Figaro tienen tendencia a la exageración.

Otro Dmitri, Ulyanov, fue una rotunda voz de bajo para Don Basilio, y se marcó una muy buena Calunnia.

Y la que se llevó el gato al agua pese a lo exagerado de su papel fue la Berta de Susana Cordón, que solventó el aria más que decentemente y estuvo haciendo el payaso durante toda la función. Desmadradísima. Como esta ópera requiere.


La orquesta, a cargo de Tomas Hanus, a su bola, como si la cosa no fuera con ellos. Con unos desajustes en los concertantes o en las entradas del coro que asustaban.
Y la dirección escénica parecía más ocupada en cuidar de los detalles que del conjunto en general. Si tomamos cada número de manera aislada pues sí, daba el pego. Pero la totalidad se quedaba deslavazada, aparte de tener los detallitos especiales "made in Sagi" de meter a unos cuantos figurantes y/o bailarines haciendo monerías al fondo del escenario distrayendo de los cantantes que están en primer plano.

En fin, que el caso es que el primer acto se hizo lento, lentísimo... desesperante. Sin gracia alguna. Para el segundo la cosa mejoró porque es más corto y Korchak levantó el tono monocorde. Al final la sensación que tuve es que "Viva Rossini, pero así no".


Mi chico lo que más me recriminó fue haberse perdido los seis goles que el Madrid le metió al Galatasaray por acompañarme a semejante muermo. En fin.

Veremos qué tal La Conquista de México, que cae en tres semanas.


Gioacchino Rossini
Il Barbiere Di Siviglia (El barbero de Sevilla)
Teatro Real de Madrid. Martes, 17 de septiembre de 2013
Serena Malfi, Dmitry Korchak, Bruno De Simone, Mario Cassi, Dmitry Ulyanov, Isaac Galán, Susana Cordón,  José Carlo Marino, Eduardo Carranza.
Tomas Hanus, Emilio Sagi


viernes, julio 26, 2013

Il Postino es "bonita"

 
Mi amigo Almatosa, experto en Historia del Arte, dice que lo peor que se puede decir de una obra de arte (disculpa la redundancia), es que es bonita.

Pues bien, Il Postino es una ópera "bonita", con sus seis letras.

Tiene una música muy amable, muy agradable, con una melodía que llega al público fácilmente.
Al escucharla suena a canción ligera americana de la de toda la vida, a María Gréver, a Agustín Lara. Siempre sin caer en un "aria" o "canción" completa, claro, que esto es ópera del siglo XXI y todo tiene que ser así como un coitus interruptus. También recuerda al teatro musical contemporáneo (de hecho, la melodía que suena cuando ponen el tocadiscos es clavadita a al canción del saxofón del musical Miss Saigon).


El argumento (y, lo reconozco, ni conozco la novela ni he visto la película en la que la ópera se basa, con lo que iba virginal y libre de prejuicios al teatro) es también muy "bonito". La fascinación de un cartero por un poeta, la historia de amor, los detalles incluso humorísticos, la nota de nostalgia y, cómo no, el momento dramático de soltar la la lagrimita.

Y, pese a este "bonitismo", tengo que reconocer la habilidad y saber hacer de Daniel Catán para escribir una ópera que funciona. Lo primero la música: es complaciente, sí, pero también muy efectiva. Ilustra perfectamente las escenas que relata, llega a cotas emocionantes y está salpicada de momentos muy bellos. Y luego el texto: ¡Por fin un compositor que es autor del libretto y no se dedica a abochornarnos con sus comeduras de tarro autocomplacientes! Ayudado por los poemas y palabras de Neruda (e imagino que de la novela y la película), el libreto es directo, no sobra nada, no se pierde en vaguedades, cumple también su función. Muy bien.


La producción, además, también es "bonita": escenario vació con un suelo embaldosado de azul y una plataforma que viene y va. Con ayuda de cuatro elementos de atrezzo y unas proyecciones se generan los escenarios necesarios. Se puede hablar de una producción clásica, con una más que aceptable dirección actoral de cantantes y dentro de los cánones más convencionales.

Imagino que todo lo convencional y lo "bonito" de esta producción para burgueses acomodaticios es lo que ha hecho que Gérard Mortier diga que no le interesa lo más mínimo y que fue una imposición de Plácido Domingo. Evidente, está en las antípodas de todo lo que nos ha estado programando. A mí me gusta lo que Mortier ha estado haciendo con el Teatro Real de Madrid, pero también como revulsivo viene bien una producción de este tipo. 


Y la estrella de la producción iba a ser Plácido Domingo, pero ha tenido que cancelar por una embolia pulmonar. Vicente Ombuena pone línea de canto y agradable timbre, pero la voz y la proyección no pueden luchar contra la entidad protagónica de un Domingo. Había muchos asientos libres, probablemente provocados por la ausencia de Plácido. 

Sin embargo, el verdadero protagonista, tanto en el argumento como en lo musical, no es Pablo Neruda, sino el cartero, Mario. Y aquí Leonardo Capalbo estuvo estupendo, expresivo y bien de voz. Sinceramente, un gustazo. Y ese piano que soltó en el tercer acto consiguió poner los pelos de punta.

La protagonista femenina, Beatrice, fue Sylvia Schwartz (sí, es española). Me asustó al principio de la ópera, porque la orquesta se la come y no se le oyen los graves... pero al momento bajaron los decibelios, la chica se centró y... muy bien. Cuando subía daba gloria. Una soprano muy a tener en cuenta, y ya trabajará la zona baja.

Como Matilde, la mujer de Neruda, estuvo Cristina Gallardo-Domâs, luciendo saber estar, estilo de canto... pero con la voz que ya no es lo que fue ni por asomo. Aparte de un gallo que le deslució su no muy extenso papel. 

Y la Donna Rosa fue Nancy Fabiola Herrera. Yo con esta mujer tengo mis más y mis menos. Tiene una presencia magnética y cada vez que sale a escena se come a todo lo que tiene a su lado. Y el timbre de voz da gusto oírlo: auténtica mezzo. Pero en cuanto tiene que subir el volumen o bajar al grave grave como que se apaga un poco. En definitiva bien, pero con matices.


El resto de secundarios notables en su papel: el amigo Giorgio, el político, el cura y el padre de Mario (muy bien).

La orquesta a cargo de Pablo Heras-Casado se dejó llevar por la melodía de la partitura. Cargó las tintas en decibelios en algunos momentos y bueno, como toda la función, a mí me sonó "bonita". Desde luego que intentó evitar la "planitud" de las orquestas de los musicales, lo cual es de agradecer.



Al final de la función, aplausos para todos, especialmente para Leonardo Capalbo, Sylvia Schwartz y orquesta.

Había leído críticas terribles del estreno. O todos han mejorado mucho o yo he rebajando mi nivel de exigencia o, lo más probable, haya muchos fastidiados por haber pagado la pasta gansa que cuestan los estrenos en Madrid y encima les falle la estrella.

Quizás no sea el broche de oro que toda temporada necesita, pero como ópera, Il Postino funciona perfectamente y tiene la entidad suficiente como para ser un muy satisfactorio espectáculo esté en él o no Plácido Domingo (Y Mortier ahí comiéndose las uñas, jajaja, pobre). 



Daniel Catán
Il Postino
Teatro Real de Madrid
Jueves, 25 de julio de 2013
Leonardo Capalbo, Vicente Ombuena, Sylvia Schwartz, Cristina Gallardo-Domâs, Nancy Fabiola Herrera, Víctor Torres, Eduardo Santamaría, Federio Gallar, José Carlo Marino
Pablo Heras-Casado, Ron Daniels


jueves, junio 20, 2013

Wozztezozcks

 
A estas alturas de la película no me voy a poner pedante diciendo que Wozzeck es una maravilla de ópera. No, esto no es una revista de reseñas de música clásica y ópera sino un blog personal, así que lo digo claramente: Wozzeck de Berg me parece un plastazo.

Lo he intentado varias veces y no. Y no es que no pueda con el atonalismo, ojo, que nos llevan martirizando casi un siglo con él y lo tengo asumido, es que no puedo con Wozzeck. Son apreciaciones personales. Vamos, que Lulu me fascinó, pero con ésta lo intento y nada.

Lo mismo es que necesito asistir a una función de esas redondas en las que todos los cantantes estén en su papel, la orquesta te apabulle y el director de escena consiga meterme en el mundo opresivo y de denuncia social que tiene el texto. Sí, recuerdo una producción en el Teatro de la Zarzuela allá en los 90 (eres vieja, mari) que me impresionó mucho, pero lo del otro día en el Teatro Real puessssss... no.


A Simon Keenlyside no lo veo como Wozzeck. Tiene una voz demasiado "noble" para el papel. Y un timbre un poco seco. Le puso voluntad y fue el único cantante al que se le había trabajado escénicamente, pero vocalmente se me quedó un poco corto.

Menos mal que teníamos a Nadja Michael para compensar. Aparte de que su parte musical es la que más me gusta de toda la ópera, su Marie estuvo rotunda, con volumen, timbrada y llegando a unos agudos impactantes. ¿Que grita? ¿Cómo no va a gritar en ese papel? Hombre pofavó.

Muy bien también estuvo el Capitán de Gerhard Siegel, con la autoridad necesaria.

Y el resto se movió entre lo discreto y lo "o esto se canta así o de dónde han sacado a éste".

Si lo aderezamos con una puesta en escena de lo más soso que se haya visto en los últimos tiempos tenemos eso, Bostezos en Wozzeck o, lo que es lo mismo, Wozztezozcks.


Christoph Marthaler lleva la escena a un restaurante/merendero que a mí me recordaba a las áreas de descanso de las autopistas que están vacías pero de golpe llegan siete autobuses y petan de gente. Vale, no es necesario que sea un pueblo con un acuartelamiento (porque Wozzeck es un soldado), lo del cambio de ubicación lo tengo más que asumido. Pero es que vuelve a pasar lo mismo de siempre: cuando llevas un rato de ópera te da lo mismo que sea un restaurante, un hospital o un burdel, la escena está tan poco currada que ha desaparecido y ya sólo ves cantantes. A mí que me pase esto en un belcanto pues me da un poco igual, pero en Wozzeck se necesita implicar al espectador en la obra, y escenas como las del bosque o el lago pierden toda su eficacia con una escenografía así.

Como ya he dicho, el personaje de Wozzeck fue el único trabajado desde una manera actoral: al brutote básico que siempre hemos conocido lo convierten aquí en una especie de hombrecillo nervioso, maniático, obsesionado. Correcto, si hubiera algo más de donde agarrar, pero resultó ser lo único notable entre la nada que lo rodeaba. No es suficiente.

Muy listos con eso de no hacer descanso: se evita la desbandada general. No obstante, hubo un goteo constante de deserciones.

Lo que me sorprendió a mí mismo es que, sin gustarme la obra, pude mantener la concentración y no dormirme en la hora y tres cuartos que duró.

La orquesta imagino que estuvo bien. No sé, la verdad. Desde luego, los pocos momentos líricos a mí me sonaron muy bien.

Lo dicho, llámeseme hortera o inculto musical, pero para mí fue una función olvidable nada más salir del teatro.




Alban Berg
Wozzeck
Teatro Real de Madrid,
Jueves,  13 de junio de 2013
Simon Keenlyside, Nadja Michael, Gerhard Siegel, Franz Hawlata, Roder Padullés, Jon Villars, Katarina Bradic
Sylvain Cambreling, Christoph Marthaler


lunes, abril 29, 2013

Giulio Cesare en el cine

 

  
Mi primera experiencia de ópera en el cine ha sido el Giulio Cesare in Egitto de Händel este sábado pasado. Y oye, muy positiva la cosa. Primero, porque es una gran ópera, está entre mis favoritas y el resultado artístico fue muy satisfactorio. Además, era casi como estar en el teatro, porque era en directo desde el Met de Nueva York.

Lo de acercarse a un CCR a ver una ópera en el cine tiene su gracia, máxime cuando las demás salas están ocupadas por familias de niños vociferantes, que la sesión empezaba a las seis de la tarde.


Que esa es otra, Julio César dura sus buenas casi cuatro horitas, plus intermedios. O sea que la tarde se nos puso en entrar a las seis y salir... ¡a las once menos cuarto! Muy tremendo.

Menos mal que habíamos sido previsores y nos habíamos llevado la merienda. Unos sandwiches envasados y una lata de bebida que metimos en el cine de extranjis y nos tomamos a escondidas en unos silloncitos escondidos en el segundo entreacto. Y estábamos allí nosotros tan discretos cuando vemos que otros asistentes habían hecho lo propio y que otras dos señoras llegaron con la ensalada en un túper y se sacaron allí los cubiertos sin el más mínimo recato. Nada, tranquis, para la próxima ya acostumbrados. Pero es que claro, ¡no íbamos a comprar palomitas! Son muy poco apropiadas para una ópera, vamos digo yo.

Que esa es otra, menudo público más silencioso. Vamos, la gente educadísima. Nada que ver con los murmullos constantes del teatro, los bolsos, los caramelos y las toses. Una gozada.


La experiencia cinematográfica es como ponerte el DVD en casa pero en pantalla gigante. Vamos, que se le ven todas las patas de gallo a la pobre Cleopatra y los empastes (sí, los empastes de los dientes) a la mezzo que hacía de Sesto. La calidad del vídeo es muy alta, salvo algún ocasional problema de barrido de movimiento que como que se entrecortaba y un momento de desenfoque. El audio también es muy bueno, pero se notaban diferencias notables cuando los cantantes estaban cerca o no de los micrófonos. 

Lo que sí que eché en falta fue un poco más de volumen. Quizás es que yo estoy acostumbrado a ver las óperas en casa a toda tralla o que cuando me meto en el cine me gusta estar atronado. Pero es que también en la sala de al lado teníamos la fantástica película COMBUSTIÓN, que creo que va de carreras de coches, y los burrrrrummm burrrrrrrummm se notaban mucho.

Otra cosa a tener en cuenta es el precio: 18 euros. Jodó. Caro para meterte en un cine, por muy en directo que sea la representación. Ya maquinaremos, ya.


Una cosa graciosa es que en los entreactos la cámara se pasa detrás del escenario y se ve a los tramoyistas trabajando mientras doña Renée Penicilina Fleming nos cuenta la ópera y entrevista a los cantantes en un inglés modélico y con una pronunciación perfecta. Qué fina y elegante es esta señora siempre.

En fin, que como experiencia fue muy gratificante, y si te encuentras con amigos y otros conocidos en el cine pues fantástico, como ir al Real pero sin tener que subir cinco pisos de escaleras.

Bueno, y como ir al Real no, que es la Metropolitan Opera de Nueva York. Allí hay dinero y hay nivel. Menudo nivel. Qué pedazo de reparto. Que vamos, ya estábamos comparando con el birrión de Don Giovanni que nos plantaron aquí este mes. En Madrid había que esforzarse por encontrar quién era buen cantante, en NYC al revés, eran todos tan buenos que de hacerlo habría que buscar quién desmerecía.


David Daniels era Julio César. Empezó un poco flojo, ahogándose en las agilidades. Me dio miedo, parece que ha perdido en los últimos tiempos. Y no es tan mayor, que sólo tiene 47 años. Afortunadamente al poco se centró y ofreció todo un depliegue de estilazo y belleza tímbrica, especialmente en las arias más sentidas. Interpretativamente muy correcto, y visualmente ha pasado de cub a bear. 


Celopatra fue Natalie Dessay. ¡Qué señora! Qué artistaza. Ya quedan lejanos los tiempos de los sobreagudos exosféricos. No los tiene, ni falta que le hacen, porque tiene un dominio de la técnica y la expresión que se pone por delante de su estado vocal actual, que no es el óptimo. Hace lo que las grandes: hacer suyo el personaje, no que el personaje la lleve a ella. La interpretación es sobresaliente: canta, baila (mucho), emociona y en las partes cómicas directamente se sale. Qué buena es. Porque vale que haya un trabajo de dirección de cantantes muy buena y que el director le marque todo lo que tiene que hacer, ¡pero es que hay que saber hacerlo! Se come la escena, se la come. Una gozada. Se le entrecortó la voz un par de veces, ¿y qué? Prefiero dos fallos dentro de una interpretación fantástica a una mediocridad correcta y aburrida. Olé la Dessay.


Y luego los secundarios. Es que no parábamos de decirlo: ¡Qué buenos son! Y es de jusiticia empezar por el Tolomeo de Christophe Dumaux. Qué tío. Voz de contratenor con fuerza y agilidad. Bárbaro. Sensacional. Además, en el tercer acto nos pegó una pirueta en el aire que nos dejó patitiesos. Y de interpretación fabuloso también. Un diez.


Luego Sesto. Alice Coote. De dejar la boca abierta. Y mira que el papel de Sesto lo odio a muerte, que se pasa toda la ópera clamando venganza. Y encima, como es tan extenso, si te toca una mala cantante se sufre mucho. Pues ole con la señora Coote, de abajo a arriba con una brillantez sorprendente. Muy bien. Ah, el estilismo era un poco en plan rollo "en cuanto termine la ópera salgo pitando que tengo que abrir la librería Berkana".


A su lado, la Cornelia de Patricia Bardon (o Deborah Kerr robándole el frasco de laca a Isabel Tocino) dio también una lección de canto. Potente, matizada, elegante. En definitiva, en su papel. Qué pedazo de dúo se marcaron las dos al final del primer acto. Muy buena.

Nireno fue Rachid Ben Abdeslam, muuuuy eunucomariquita él en una interpretación de trazos gruesos pero muy graciosa. La voz era más grave que la de los otros contratenores. Bien, sin maravillar en su única aria. La baza estaba en la parte actoral. John Moore, Curio, la verdad es que cantar, canta poco. Pero el hombre también actuó bien, caramba.


Y Achilla fue Guido Loconsolo. Y aquí nos preguntamos: ¿a éste lo han contratado por la voz o por el pedazo de tiarrón que es? Porque vamos, es un chulazo en toda regla. Y más con ese aire macho-man de voy con la chaqueta desabrochada para que se me intuya el pecholobo y luego cuando me la quito saco el tatuaje tribal que parece que acabo de salir de la Kluster. Tremendo. Suspiros generalizados cada vez que aparecía. Pero bueno, resulta que el señor también sabe cantar y tiene una voz baritonal algo tosca pero muy disciplinada, porque se adaptó perfectamente al estilo barroco. Muy bien.

La orquesta estuvo dirigida por Harry Bicket con soltura y ligereza. O sea, lo ideal para esta ópera. Todos los cantantes hicieron sus da capo con variaciones, como debe ser (y como el público espera) y acompañó perfectamente. Como no se esperaba menos, estuvo impecable el violinista que salió en el aria diálogo de César con el violín.


La producción de este Julio César es una delicia. Que mira que es una ópera larga que se puede hacer pesadísima. David McVicar hace una ópera dinámica, ágil, plagada de detallitos que evitan la monotonía. Y sobre todo mimando cada personaje, perfectamente definido. La pareja Nireno - Cleopatra es de una comicidad bárbara. Y luego está el tema de las coreografías, no sólo graciosas sino también con su intención dramática, como en el caso del aria de la caza. Buenísima la lucha de Tolomeo-Achilla del primer acto y espectacular el Da tempeste. Si yo soy la soprano y me mandan hacer ESO mando al regisseur a tomar viento, vamos. (Aquí abajo el vídeo de Danielle de Niese haciendo el mismo numerito con mucha menos gracia.)



La escenografía es sencilla: cuatro arcos arquitrabados, tres telones y un mar barroco al fondo con barquitos (nuevamente sensacional el cambio de barcos de vela a acorazados de guerra en el último acto). No hace falta más. Lo demás lo pone la imaginación de McVicar y el buen hacer de los cantantes y figurantes.


Se convierte desde ya en mi Giulio Cesare de referencia escenográfico, sobrepasando al que era mi favorito hasta ahora, el de Sydney con Yvonne Kenny y Graham Pushee (muy, pero que muy recomendable).

En fin, ¿tú sabes lo que es salir del cine después de cinco horas tarareando temas händelianos y con una sonrisa de oreja a oreja? Pues eso es lo que hicimos nosotros. Una auténtica gozada.


Georg Friedrich Händel
Giulio Cesare in Egitto
David Daniels, Natalie Dessay, Patricia Bardon, Alice Coote, Christophe Dumaux, Guido Loconsolo, Rachid Ben Adbeslam, John Moore
Harry Bicket, David McVicar
Metropolitan Opera House, Nueva York, sábado 27 de abril de 2013.

lunes, abril 22, 2013

Don Tchiovanni

 
Ay, mira que me lo habían dicho: que me iba a aburrir, que los cantantes eran un birria, que la orquesta un plomo y que la puesta en escena una memez. Y yo que no que no que no, que seguro que me divierto, que a mí esas cosas de darle la vuelta a las óperas me suelen gustar mucho siempre que se mantenga una coherencia dramática.

Pues chico, me aburrí.

Don Giovanni de Mozart. Esta vez convertido en el drama de una familia acomodada con cuñado díscolo. Y bueno, el primer acto tiene un pase, no ocurre nada extravagante que no suceda ya en el libreto original. Don Juan se acuesta con Doña Ana, mata al comendador y luego pretende a Zerlina bajo la mirada de Masetto y Doña Elvira. Leporello es el testigo de todo y Don Octavio el candoroso amor de Doña Ana. ¿Que metemos relaciones de parentesco entre ellos? Vale. ¿Que doña Ana no es engañada sino que sabe muy bien lo que hace? Nada del otro jueves. ¿Que convertimos a doña Elvira en una adicta a los psicofármacos? Pues sí, pero es que de siempre es un personaje un tanto chiflado. Hasta ahí todo correcto.

Pero en el segundo acto las cosas no es que se desmanden, es que al señor regisseurin se le acaba la inspiración y lo más que hace es revolcar a los personajes sobre la alfombra y llegar al recurso fácil de convertir a don Giovanni en un borracho desquiciado al que le dan ataques. Y hala, con eso ya tenemos solucionada la ópera. A Doña Elvira la vestimos de exploradora Amundsen en el Polo Norte y para arreglar lo del comendador hacemos que sea la familia la que contrate a un actor que haga de doble y así volver loco a Don Giovanni. Y de esto nos enteramos porque hemos leído algo previamente, que si estás en el teatro y lo ves te quedas con un enorme WTF. Aburrido.

Mención especial para los telones que caían abruptamente tras cada escena y en los que aparecían carteles tipo cine mudo con indicaciones de tiempo: "tres días después"... etc. Geniales, porque con el ruido te despertaban del sopor generalizado.


En fin, una mamarrachez. Recomiendo ver el fantástico Don Giovanni del Liceo dirigido por el burgalés Calixto Bieito y que tanta polémica levantó en su día. Eso sí que es dar una vuelta a la ópera con tensión y gracia. Esta producción de Tcherniakov también está en vídeo, de su estreno en el Festival de Aix del año pasado. Busquen, comparen y...


Pero bueno, lo de la producción se puede pasar por alto. Porque la verdad yo he visto Giovannis clásicos que eran un absoluto tostón. Pero es que el nivel artístico fue mediocrín mediocrín.


Se han cargado mucho las tintas contra el director musical, Alejo Pérez. Que si lento y pesado. Vamos a ver, yo cuando voy a un mozart quiero escuchar a Mozart, y no a un Verdi o a un Wagner como pretenden algunos. Y en ese sentido no me pareció mal. Igual que me gustaba López-Cobos cuando hacía mozart. (Ah, anatema, se me echarán encima ahora todas las maricrispadas operísticas, lo que he soltado). Pero también es cierto que Don Giovanni requiere un pulso y una intensidad dramática que el señor Pérez no le supo dar y sí, en ese sentido, la orquesta anduvo algo perezosa. Pero vamos, no de desastre.

El problema fue el mismo Don Giovanni. ¿Cómo se puede contratar a Russell Braun para este papel? En el primer acto no se le oyó apenas. En el segundo sólo la serenata (ah, es verdad, que aquí no hay orquesta) y acabó por no oírsele nada al final de la ópera. Pero nada nada. Una ópera con el rol principal ausente. Guay.


Donna Anna. ¿Y ésta es la tan celebrada Christine Schäfer? Inexistente y tremolante en el primer acto, la señora se lo guardó todo para hacer un muy buen "Non mi dir" al final de la ópera. ¡Eso no vale!

Leporello. Kyle Ketelsen. Ni fu ni fa. Bien en los recitativos, cortito en las arias. También es verdad que le hacían pegar saltos, dar vueltas, etc.

El comendador. Anatoli Kotscherga. Bien en su breve intervención en el primer acto, pero en el segundo le metieron una amplificación extrañísima.


Masetto y Zerlina: David Bizic y Mojca Erdmann. Intrascendentes. Ella tiene una voz bonita, pero pequeñísima.

Don Ottavio. Paul Groves. Decente en el "Dalla sua pace", las pasó canutas con "Il mio tesoro". Debido a los abucheos en otras funciones, el director no dejó ni un nanosegundo para aplausos al terminar ésta. Aún así, uno de abajo soltó un "bravo".

Donna Elvira. Ainhoa Arteta. La única que mantuvo el nivel en todo momento. Demostración de que una voz amplia no está reñida con el repertorio mozartiano. La mejor. Además, estupenda como actriz. Tirón de orejas al enfant terrible Tcherniakov que le hizo cantar el "Mi tradi" revolcándose, mirando hacia abajo, dando vueltas y, en definitiva, cargándose el aria.


Los saludos fueron comunitarios, director de orquesta incluido, y duraron cero coma. Yo creo que ellos mismos eran conscientes de que redondas, lo que se dicen redondas, no han salido las funciones. Vamos, superparanada.

Que sí, que me puedes poner las bobadas de Tcherniakov, pero si hay un reparto que levante la representación pues qué más da. O si hay uno del elenco que flojea siempre habrá otros que lo compensen. Pero es que esta vez no. Es que sólo se salvaban las doñas, y la Ana con mucho morro.

En definitiva, flojito flojito.


Wolfgang Amadé Mozart.
Don Giovanni
Teatro Real de Madrid, domingo, 21 de abril de 2013
Russell Braun, Christine Schäfer, Ainhoa Arteta, Kyle Ketelsen, Paul Groves, Mojca Erdmann, David Bizic, Anatoli Kotscherga.
Alejo Pérez, Dmitri Tcherniakov



Mira

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